Ciudades como Londres o Nueva York
tienen entre sus grandes atractivos la mezcla de culturas. Esa riqueza cultural
permite poder encontrar ropa, comida o artículos de lo más variado de cualquier
parte del mundo sin prácticamente tener que salir de un barrio y hace que esas
ciudades estén llenas de vida y atraigan a turistas de todo el mundo. No sé
cuál es el número de nacionalidades que deben convivir en un mismo espacio para
llamar multicultural a una sociedad, pero en la provincia de Almería residen
ciudadanos de 161
países, que no está nada mal. Hace algunos años, en una conferencia, el
profesor de la Universidad de Almería Antonio
Bañón explicaba que la mayor población de hablantes de una de las lenguas
de Mali en todo el
territorio nacional se concentraba en una calle de Roquetas. Ese dato, que
podría ser un motivo de orgullo en otras partes, no parece que nos valga de
mucho por aquí. Es necesario desarrollar zonas deprimidas para generar riqueza
y eso no es rápido. Los proyectos de desarrollo de colectivos en riesgo de
exclusión social tienen un recorrido corto y las actividades para fomentar la
creación entre estos colectivos se limitan, por lo general, a períodos de seis
meses a un año. En esos proyectos suele suceder siempre, más o menos, lo mismo:
se empieza a crear un verdadero interés por una actividad, se desarrolla un
pequeño núcleo de gente que se junta para hacer algo, ese núcleo se hace más
grande y, justo entonces, se acaba el dinero, los que trabajan en el barrio se
tienen que buscar la vida en otro sitio y todo lo que se había creado se va
diluyendo hasta que desaparece. Si siempre pasa lo mismo, quizás se podría
hacer algo para cambiar esa dinámica. Y aunque es verdad que Almería no es
Nueva York ni Londres, sí que tiene lo mismo que hizo grandes a esas ciudades: gente de todas las partes
del mundo.
Publicado el 19 de marzo de 2015 en la revista El Marrajo
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