En muchas ruinas romanas he visto unas pequeñas piscinas con poca profundidad, adosadas unas a otras. Esas piscinas no servían para bañarse, sino que se usaban para fabricar el garum, que era un paté o una salsa de pescado que los romanos utilizaban para muchas de sus comidas. Este aderezo se fabricaba dejando macerar al sol restos de pescado durante un mes, más o menos, esperando que aquello fermentara, y removiendo de vez en cuando hasta que se convirtiera en una pasta marrón espesa. A pesar de lo que pueda parecer, aquello era considerado un pequeño manjar, así que, si era un manjar, yo quería probarlo.
Busqué por internet garum a ver si a alguien se le había ocurrido comercializar esta delicia antigua, pero no. Lo que sí encontré en un foro de alimentación y latinismo, fueron los pasos para fabricarlo de manera casera. No parecía difícil. Tenía algunas complicaciones, pero nada que no pudiera hacer.

Cuando ya casi había olvidado mi ilusión por probar esta salsa, encontré en una web un comentario de un tipo que decía que la salsa tailandesa de pescado era muy similar al sabor que debía tener el garum porque el principio por el que se obtenía -la fermentación al sol de restos de pescado- era el mismo. Pero claro, encontrar esa salsa tampoco iba a ser fácil. Miré y vi que en mi ciudad no podía encontrar esa salsa en ninguna parte. Y pedirlo por internet me pareció una frivolidad. No sé. Me lo pareció. Unas semanas después, hojeando las páginas de publicidad del supermercado Lid'l (que se pronuncia El Li entre los almerienses) vi que era la semana oriental y entre los productos exóticos destacados estaba la salsa tailandesa de pescado. Qué alegría. Qué bien. Fui y compré tres botes.
Estaba ansioso por probar aquello, así que compré una melva y me la prepararon para hacerla a la plancha, la aderecé con esa salsa, la hice en su punto con un poco de ensalada y cuando por fin me senté a la mesa y lo probé, me pasó como a Obélix cuando aquel romano le dio a probar caviar advirtiéndole que aquello que iba a degustar iba a ser el mayor manjar que pudiera probar nunca. A mí, como a Obélix, me pareció que aquello estaba muy salado.
1 comentario:
Mmmm... ¿por qué me temía este final?
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