04 enero 2014

El gran artista



El gran artista –un hombre querido y reconocido por todos- decidió suicidarse. En realidad quería matar a todos los artistas del mundo, pero empezó, para dar ejemplo, por sí mismo. Eligió, de entre todo el catálogo de muertes, una clásica y terrible: tragar kilos de sal, como hacían los antiguos romanos. Buscó pues el lugar propicio e hizo todos los preparativos para convertir su muerte en un gran espectáculo. Pancartas y panfletos de un gusto literario exquisito llenaron las calles durante días. Algunos mensajes eran complicados y enrevesados como La muerte es la flor y otros como Yo voy primero eran realmente inquietantes. Pero tuvo la delicadeza de exponer claramente sus ideas en uno de los panfletos en el que hizo una sinopsis: La idea principal es que, con mi muerte, el arte y todos los artistas tienen que morirse. Y eso y morir hizo que se suscitaran opiniones extrañas. Los productores y editores consideraron que la muerte del gran artista había sido algo fantástico, indispensable en la historia de la humanidad y pudieron contemplar durante días cómo se derramaban los saleros de sus casas sin poder hacer nada para evitarlo. A los actores, directores, pintores y escultores les resultó conmovedor y no pudieron, durante un tiempo, dejar de llorar cristales de sal. Y luego estuvieron los supervisores y ejecutantes, además de las élites intelectuales, a los que en la intimidad aquel suicidio les pareció un acto frívolo, una última escena ridícula de un personaje molesto, aunque en sus declaraciones públicas se jactaron de que todo aquello les había suscitado una tremenda compasión. Dejando de lado los extraños fenómenos de la sal que duraron algunas semanas, a nadie le importó en realidad la muerte del gran artista. Ni importará ya más, salvo que se conmemore su efemérides.


Relato publicado en la revista Salamandria 
Dibujo de Franz Kafka 

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