Yo sé que es rutinario y que todo el mundo está harto de que suban y bajen los aviones. Pero yo. Cuando hay turbulencias o despega o aterriza o se mueve, siento que es mi último momento y pienso No. Qué hago aquí, a dónde voy, qué he hecho yo con mi vida. Después, cuando no he sufrido el accidente ni he muerto del infarto, toco la tierra firme y planto mi cuerpo en el suelo. Entonces otra vez soy hombre y olvido. Y aunque lo intente, no hay manera de evitar el eterno retorno y que siempre vuelva a pasar lo mismo. Otro avión, otro aeropuerto y vendrá otra vez el miedo. Es inevitable. Puedo, cómo no, contentarme, mirar al sol y no tratar de llegar nunca tan lejos.
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2 comentarios:
En mi caso -que no sé si viene al caso-, disfruto mucho con la liturgia de subir a un avión: con el despegue, observando a las azafatas -por cierto, qué mal gusto tienen los de recursos humanos de easyjet, lo siento tengo que decirlo- y al resto de pasajeros a mi alcance, esperando la comida -me encanta la comida de los aviones, bueno, la comida en general- y el momento orgásmico del aterrizaje. Y, sin embargo, no puedo montar, por poner un ejemplo, en una noria, excluyendo una noche en la noche de los tiempos que era muy pronto para mostrarle a mi novia, todavía en ciernes, que, efectivamente, estaba con un absoluto cagao; y menos aún en una montaña rusa del demonio. Antes me embarco en el Titanic y que me rescaten, en el último instante, con la pesada de Kate Winslet agarrada a la chepa, desde el avión con el hicieron ¡Viven!
Joer qué largo me ha quedao el comentario.
Saludos y buen viaje.
Ja,ja,así es,cada vuelo casi te hace repasar en un instante tu vida;recuerdo algunos con mi hermana rigida cogiéndome la mano y contagiándome su miedo y sobre todo el silencio de todos los pasajeros como si el aterrizaje y el despegue fueran momentos solemnes.Feliz vuelo.
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