Juan y Medio

Estaba abstraído mirando el paisaje a través de la ventana y de repente ha entrado en el vagón el público del programa de Juan y Medio. No podría decir cuántos son, pero hace un momento estaba solo y ahora, después de cederle mi sitio a una mujer anciana, estamos apretados en el vagón y no tengo un sitio donde apoyarme. Ellos se ríen y aplauden por todo, están eufóricos, parece que nada podría pararlos. Son jóvenes de cierta edad. Como hay tantos, parece que han entrado también en los demás compartimentos y en la cabina del conductor. Lo han invadido todo, están felices, son muchos y todos quieren casarse. En mi vagón, alguien ha contado una anécdota de su yerno, he escuchado con atención pero no me ha hecho gracia y cuando todos se estaban riendo, he notado que me daban pellizcos. Pellizcos efímeros, porque al volverme todos reían y no eran de nadie las manos. Ahora, acaban de contar un chascarrillo, y he sonreído temeroso, pero no parece que haya sido suficiente. He recibido empujones y algún golpe. Y al volverme, todos reían. Creo que son conductistas. Alguien ha dicho: ¡Vamos a secuestrar el tren y nos lo llevamos a San Juan de Aznalfarache! Y en esta tensa pausa que parece de publicidad, tengo miedo de canción de Javier Krahe.

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