Relato aparecido en la revista Salamandria nº 8, La siesta. Primavera 2000.
Es en este sopor tan dulce. Ay, tú, aquí conmigo. Dormidica en mi pecho. Este calor, esta humedad y la alegría. Los dos ya viejecicos, abrazados, viendo la tele. Cansados de toda la vida, menos de esta vida. Sudando un poco la piel arrugada, dejando que se haga el mundo alrededor. Abrimos la boca sólo para quejarnos y dejamos caer las manos como si tuviéramos quince años. Sin mirarnos. Tú ya no sufres. Yo ya no sufro. Todo es mejor. No hay nada igual a este calor del verano. Mi amorcito conmigo y yo con ella, dejándonos morir, cansados, después de comer. Su babica tan dulce resbalando por mi pecho de viejo, pelos blancos, barriga rosa. El mejor sueño. Ella quiere todas estas cosas horribles que soy. Era verdad que me iba a seguir queriendo calvo y destartalado. Soy tan feliz que me voy a quedar dormido. Con mi amorcico entre los brazos. El sol entra por la persiana. La última tarde ya.
*
9 comentarios:
Efectivamente, estos abuelos son de cuento. Los míos se matan vivos.
No se si me pareció dulce o triste. O ambas opciones, que juntas arman un cócktail matador.
:)
Qué suerte ese amor sin otros achaques.
Nunca me ha alegrado tanto encontrar un texto por casualidad como esta vez. No creo que sean unos abuelos de cuento. Me viene a la mente una escena de este verano pasado cuando mi abuela se pasaba las tardes recostada junto a mi "destartalado" abuelo, ya fallecido, poniéndole gasas con agua fresquita y él intentando dormir su siesta. Lo más bonito que se le puede decir a alguien es que quieres envejecer con él. Esa es la verdadera media naranja... ¿o no? Felicidades por el mini relato.
Joder Curri. Cuán siniestro eres
(verdades como puños)
http://www.grandegrandexl.blogspot.com/
Bueno, es lo que tiene... ¡Gracias!
Y el Diomedea sin el Sr. Curri, qué desgracia...
Un abrazote, A.
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